Vulnerable, Yet Strong \ Vulnerable Pero Fuerte
by Kimberly Baker
As we near the conclusion of Lent with Holy Week and the Paschal Triduum, we enter into deeper reflection on the Passion of Christ. Both God and man, Christ humbled himself to experience very deep suffering and even Death. This sacrifice of love ultimately led to triumph over sin and evil and made salvation possible for each of us. Christ’s Passion invites us to reflect on the very real connection between vulnerability and strength.
There is something about vulnerability—its humility, its directness, the capacity to be hurt—that is frightening and uncomfortable. Yet, how many human endeavors require vulnerability as a pre-requisite for success?
Romantic relationships begin with the risk of rejection.
Athletic training carries with it the risk of injury and pain.
In wartime, the soldier who faces his enemy is at his most vulnerable, yet also at his most courageous.
A person who is willing to be vulnerable has a chance at succeeding at any number of things. Vulnerability requires a certain boldness. And here we see a strange contradiction: a person who refuses to be vulnerable may actually be very fragile inside, whereas a person who knows how to be vulnerable in a healthy way may have a lot of internal strength.
This positive kind of vulnerability might be manifested in choosing to face new challenges, giving generously in the different aspects of life, and finding security in Christ’s love and therefore freedom from fear of personal weaknesses or setbacks. If vulnerability can be connected with interior strength and contribute to growth on the personal level, the same is true for our culture, especially in how it views its weak and dependent members.
In his encyclical letter, Spe Salvi (Saved in Hope), Pope Benedict XVI wrote: “A society unable to accept its suffering members and incapable of helping to share their suffering and to bear it inwardly through ‘com-passion’ is a cruel and inhuman society” (no. 38). When we refuse to accept and support the weak and suffering members of society, we lose our compassion as individuals and become less human. Society does not improve by disregarding its weaker members; it instead stifles love and care for others by setting increasingly narrow standards on what lives are acceptable and what lives are “burdensome” or “worthless.”
The pro-life perspective does not fear vulnerability in the human condition—it embraces it. A culture of
life does not pressure people to live up to an artificial standard of health or physical perfection in order to feel a sense of self-worth and purpose. Rather, each person is regarded as special and unique, as a gift to the community in a profound way, no matter their state of health and mental or physical abilities. A society that reaches out to and accompanies its weaker members in their suffering and vulnerability is a truly strong and courageous one.
Our acceptance of our vulnerability, individually and as a society, is the measure of our humanity. Let us remember how immensely we are loved by God— especially when we are vulnerable—and how greatly we are valued in his eyes, no matter our physical or social condition. As we meditate on the suffering of Christ during Holy Week, let us not be afraid to walk in his footsteps as we spread this beautiful pro-life message to others. For in Christ we have our greatest example of someone who could be vulnerable, yet strong.
Kimberly Baker is programs and projects coordinator for the Secretariat of Pro-Life Activities, United States Conference of Catholic Bishops. For more information on the bishops’ pro-life activities, please visit www.usccb.org/prolife.
por Kimberly Baker
Al acercarnos al final de la Cuaresma, a la Semana Santa y al Triduo Pascual reflexionamos más profundamente sobre la Pasión de Cristo. Cristo, Dios y hombre, se hizo humilde para conocer el sufrimiento más profundo e incluso la muerte. Este sacrificio de amor en última instancia venció el pecado y el mal, y posibilitó la salvación de cada uno de nosotros. La Pasión de Cristo nos invita a reflexionar sobre la relación concreta entre la vulnerabilidad y la fuerza. La vulnerabilidad —que es humildad, franqueza, indefensión ante las ofensas— tiene algo que genera temor y nos hace sentir incómodos Sin embargo, ¿cuántos esfuerzos humanos requieren vulnerabilidad para tener éxito? Las relaciones románticas comienzan con el riesgo de ser rechazados.
El entrenamiento atlético supone el riesgo de sufrir lesiones y dolor. En tiempos de guerra, el soldado que enfrenta a su enemigo es sumamente vulnerable, aunque a la vez valiente. Una persona dispuesta a ser vulnerable tiene la oportunidad de triunfar en muchas cosas. La vulnerabilidad supone cierta audacia. Y aquí vemos una extraña contradicción: una persona que se niega a ser vulnerable quizás es sumamente frágil en su interior, mientras que una persona que sabe cómo ser vulnerable de manera sana puede que tenga gran fortaleza interior. Este tipo de vulnerabilidad positiva puede manifestarse al decidir enfrentar nuevos desafíos, al dar generosamente en los diferentes aspectos de la vida y al hallar seguridad en el amor de Cristo, y por consiguiente libertad del miedo a los puntos débiles o a los contratiempos. Si la vulnerabilidad puede asociarse con la fortaleza interior y contribuir al crecimiento personal, lo mismo se aplica a nuestra cultura, en especial en cómo ve a sus miembros débiles y dependientes.
En su encíclica Spe salvi sobre la esperanza cristiana,el papa Benedicto XVI escribió: “Una sociedad
que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana” (no. 38). Cuando nos negamos a aceptar y apoyar a los miembros de la sociedad que sufren o son débiles, perdemos nuestra compasión como individuos y nos volvemos inhumanos. La sociedad no mejora menospreciando a sus miembros más débiles; esto más bien asfixia el amor y el interés por los demás fijando criterios cada vez más estrictos sobre las vidas que son aceptables y las que son una “carga” o “no tienen valor”.
La perspectiva pro vida no tiene miedo a la vulnerabilidad de la condición humana, la afirma. La cultura de la vida no presiona a la gente para que alcance un estándar artificial de salud o perfección física con el fin de que se sienta valiosa y tenga un propósito. Más bien, se considera a cada persona especial y única, un regalo insustituible a la comunidad, sin importar su condición de salud ni sus capacidades mentales y físicas. Una sociedad que se acerca a sus miembros más débiles en su sufrimiento y vulnerabilidad y los acompaña es verdaderamente fuerte y valiente.
Nuestra aceptación de nuestra vulnerabilidad, individual o como sociedad, es la medida de nuestra humanidad. Recordemos lo mucho que Dios nos ama, en especial cuando somos vulnerables, y lo valioso que somos ante su mirada, sin importar nuestra condición física o social. Al meditar sobre el sufrimiento de Cristo durante la Semana Santa no tengamos miedo de caminar en sus pasos y compartir este hermoso mensaje pro vida con los demás. En Cristo tenemos el mejor ejemplo de alguien que fue vulnerable pero fuerte a la vez.
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Kimberly Baker es coordinadora de programas y proyectos para el Secretariado de Actividades Pro-Vida de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos. Para más información sobre las actividades pro vida de los obispos, visite www.usccb.org/prolife.