Respect Life Reflection – Christ Our Hope: In Every Season of Life

“Hold fast to the hope that lies before us. This we have as an anchor of the soul, sure and firm.” Hebrews 6:18-19

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From the time we are knit together in our mothers’ wombs until we take our final breaths, each moment of our lives is a gift from God. While every season of life brings its own challenges and trials, each season also gives us new opportunities to grow in our relationship with God.

Today the gift of life is threatened in countless ways. Those who are most vulnerable, rather than receiving the protection they deserve, are all too often seen as a burden and as expendable. As new attacks on human life continue to emerge, we can be tempted to despair, but Christ instead offers us unfailing hope.

Hope is not false optimism or empty positivity. Christian hope is something much more profound and goes to the very depths of our identity as followers of Christ.

Hope is the virtue “by which we desire the kingdom of heaven and eternal life as our happiness, placing our trust in Christ’s promises and relying not on our own strength, but on the help of the grace of the Holy Spirit” (CCC, 1817).

Like us, Christ entered the world through the womb of a woman. He willingly experienced the fullness of human suffering. He breathed his last on the Cross at Calvary in order that He might save us. Therefore, “God is the foundation of hope: not any god, but the God who has a human face and who has loved us to the end” (Spe salvi 31).

Christians know “they have a future: it is not that they know the details of what awaits them, but they know in general terms that their life will not end in emptiness” (SS 2).

For this reason, a woman experiencing a difficult pregnancy can find the strength to welcome her precious child into the world. A man facing a terminal diagnosis can see that the end of his earthly life is only the beginning of eternal life with Christ.

The Church teaches us that “the one who has hope lives differently” (SS 2). Christ’s promise of salvation does not mean that we will be spared from suffering. Rather, the promise of salvation ensures that even in the darkest moments of our lives, we will be given the strength to persevere. By virtue of this Christian hope, we can face any challenge or trial. When the seas of life swell and we are battered by the waves, hope allows us to remain anchored in the heart of God. May we hold fast to Christ our hope, from the beginning of life to its very end.

©2019 by United States Conference of Catholic Bishops | read online

“Tenemos un consuelo poderoso los que buscamos un refugio en la esperanza de lo prometido. Esta esperanza nos mantiene firmes y seguros, porque está anclada en el interior del santuario”.
Hebreos 6,18-19

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Desde el momento en que fuimos tejidos en el vientre de nuestra madre hasta que exhalemos el último suspiro, cada momento de nuestra vida es un don de Dios. Aunque cada etapa de la vida trae sus propios desafíos y pruebas, también nos brinda nuevas oportunidades para crecer en nuestra relación con Dios.

Hoy el don de la vida está amenazado de incontables maneras. Los más desamparados, en lugar de recibir la protección que merecen, demasiado a menudo son vistos como una carga y como prescindibles. A medida que siguen surgiendo nuevos ataques a la vida humana, podemos sentirnos tentados a desesperarnos, pero en cambio Cristo nos ofrece una esperanza inquebrantable.

La esperanza no es un falso optimismo o una positividad vacía. La esperanza cristiana es algo mucho más profundo y llega a lo más hondo de nuestra identidad como seguidores de Cristo.

La esperanza es la virtud “por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo” (CIC 1817).

Tal como nosotros, Cristo entró en el mundo por mediación del vientre de una mujer. Él voluntariamente asumió la plenitud del sufrimiento humano. Exhaló su último suspiro en la cruz del Calvario para poder salvarnos. Por lo tanto, “Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo” (Spe salvi 31).

Los cristianos saben que “tienen un futuro: no es que conozcan los pormenores de lo que les espera, pero saben que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío” (SS 2).

Por esta razón, una mujer que atraviesa por un embarazo difícil puede encontrar la fuerza para acoger a su preciado hijo en el mundo. Un hombre que enfrenta un diagnóstico terminal puede ver que el final de su vida terrenal es solo el comienzo de la vida eterna con Cristo.

La Iglesia nos enseña que “quien tiene esperanza vive de otra manera” (SS 2). La salvación que Cristo nos promete no significa que nos libraremos del sufrimiento. Más bien, la promesa de salvación asegura que, incluso en los momentos más oscuros de nuestra vida, se nos dará la fuerza para perseverar. En virtud de esta esperanza cristiana, podemos enfrentar cualquier desafío o prueba. Cuando los mares de la vida se hinchan y las olas nos golpean, la esperanza nos permite permanecer anclados en el corazón de Dios. Aferrémonos a Cristo nuestra esperanza, desde el principio de la vida hasta su fin.

Leccionarios I, II y III, propiedad de la Comisión Episcopal de Pastoral Litúrgica de la Conferencia Episcopal Mexicana, copyright © 1987, quinta edición de septiembre de 2004. Se utilizan con permiso. Catecismo de la Iglesia Católica, segunda edición © 2001 LEV-USCCB. Se utiliza con permiso. Extractos de Spe salvi, © 2007, Libreria Editrice Vaticana. Se utilizan con permiso. Todos los derechos reservados. Extraído del Programa Respetemos la Vida, copyright © 2019, United States Conference of Catholic Bishops, Washington, D.C. Todos los derechos reservados.