Building Up Life Through Encounter – Edificar la Vida Mediante el Encuentro

by Kimberly Baker

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Life too often moves at a breakneck pace. Technology is always at our fingertips to help us achieve more and do more—and with greater speed. When this continuous, fast-paced lifestyle overwhelms us, we risk losing our human touch with others. In contrast, Pope Francis often speaks of creating a “culture of encounter,” which not only transforms the way we live in the world but also beautifully affirms and facilitates a culture of life:

To be called by Jesus, to be called to evangelize, and third: to be called to promote the culture of encounter. In many places . . . the culture of exclusion, of rejection, is spreading. There is no place for the elderly or for the unwanted child; there is no time for that poor person in the street. At times, it seems that for some people, human relations are regulated by two modern “dogmas”: efficiency and pragmatism…. Have the courage to go against the tide of this culture of efficiency, this culture of waste. (World Youth Day Homily, July 27, 2013)

In both our work and personal lives, we can promote a culture of encounter. Rather than reducing our interactions to rushed necessities, how would we bring life to our corner of the world if we risked being fully present to others? In doing so, we discover the gifts of others and bring out the best in them, drawing them closer to God’s love through such experiences.

A culture of encounter builds up a culture of life because it acknowledges the dignity of each person. Unlike the “dogmas” of efficiency and pragmatism, which disregard people who are weaker, slower, or in need, authentic encounters have a positive twofold effect: we discover more deeply the priceless value of another, and we strengthen our own ability to love.

Every life Christ transformed was based on an authentic encounter. He took time to talk with and heal others. Rather than being aloof or churchfamilydistant, he allowed the poor, the sick, social outcasts, and little children to come to him, as well as the “rich young man,” the wealthy Zacchaeus, and the Roman centurion. He did not let vanity or ambition change his behavior based on who was watching him. He never categorized people into who was “important” and who was not. He was “all things to all people,” not in a frenzied desire for popularity or attention, but because he was grounded in his mission to bring each person to understand the love of his merciful Father in heaven. No person, whether rich or poor, healthy or sick, is unworthy of this encounter, for God will never cease calling us to himself.

Wherever we are, let us risk the time and effort to genuinely see people, strengthening a culture of encounter. In so doing, we will promote respect for life—every person’s life, at every stage and in every circumstance. Let us take the time to highlight the dignity and goodness of those around us, perhaps especially when they cannot see it in themselves. Let us reject what Pope Francis calls the “culture of exclusion” and the culture of waste, which is dehumanizing and sets up false standards of success. In the end our greatness will be measured not by how much we accomplished but by how much we loved.

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Kimberly Baker is programs and pprojects coordinator for the Secretariat of Pro-Life Activities, United States Conference of Catholic Bishops. For more information on the bishops’ pro-life activities, please visit www.usccb.org/prolife.

por Kimberly Baker

La vida a menudo se mueve a un ritmo vertiginoso. La tecnología siempre está al alcance de la mano ayudándonos a lograr más y hacer más, de manera más rápida. Cuando este ajetreado estilo de vida nos abruma, corremos el riesgo de perder nuestro toque humano con los demás. En contraste, el papa Francisco a menudo habla de crear una “cultura del encuentro”, que no solo transforme la manera en que vivimos en el mundo, sino que afirme y facilite la belleza de la cultura de la vida:

Ser llamados por Jesús, llamados para evangelizar y, tercero, llamados a promover la cultura del encuentro. En muchos ambientes… se ha abierto paso una cultura de la exclusión, una “cultura del descarte”. No hay lugar para el anciano ni para el hijo no deseado; no hay tiempo para detenerse con aquel pobre en la calle. A veces parece que, para algunos, las relaciones humanas estén reguladas por dos “dogmas”: eficiencia y pragmatismo . . . Tengan el valor de ir contracorriente de esa cultura. (Homilía para la Jornada Mundial de la Juventud, 27 de julio de 2013)

En nuestro trabajo y en nuestra vida personal, podemos promover la cultura del encuentro. En vez de reducir nuestras interacciones a necesidades apresuradas, ¿cómo podemos llevar vida a nuestro rincón del mundo estando plenamente presentes para los demás? Al hacerlo descubrimos los dones de los demás y lo mejor de ellos, acercándolos al amor de Dios mediante dichas experiencias.

La cultura del encuentro edifica la cultura de la vida porque reconoce la dignidad de cada persona. A diferencia de los “dogmas” de la eficiencia o del pragmatismo, que no tienen en cuenta a los débiles, lentos o necesitados, los encuentros auténticos tienen dos efectos positivos: descubrimos más profundamente el incalculable valor de los demás y fortalecemos nuestra propia habilidad para amar. Cada vida que Cristo transformó se basó en un encuentro auténtico. Dedicó tiempo a hablar con los que se le acercaban y curar a muchos. En vez de ser frío o distante, Jesús les permitió a los pobres, los enfermos, los marginados y los niños acercarse a él, así como al “joven rico”, a Zaqueo y al centurión romano. No permitió que la vanidad ni la ambición cambiaran su comportamiento en base a quién lo observaba. Jamás clasificó a la gente con las categorías de “importante” o “no importante”. Se hizo “todo para todos”, no por un deseo frenético de popularidad o atención sino porque estaba centrado en su misión de que cada persona comprendiera el amor de su misericordioso Padre celestial. Ninguna persona, ya sea rica o pobre, sana o enferma, queda fuera de merecer este encuentro, porque Dios nunca dejará de llamarnos a su lado.

Dondequiera que estemos, corramos el riesgo de dedicar tiempo y esfuerzo a ver genuinamente a la gente y fortalecer la cultura del encuentro. Al hacerlo cultivaremos el respeto por la vida, por la vida de cada persona en cada estadio y en cada circunstancia. Dediquemos tiempo a resaltar la dignidad y bondad de quienes nos rodean, quizás especialmente cuando ellos mismos no pueden verlas. Rechacemos lo que el Papa Francisco llama la “cultura de la exclusión” y la cultura del descarte, las cuales deshumanizan y crean estándares falsos de éxito. A fin de cuentas, nuestra grandeza se medirá en base a cuánto hemos amado y no a cuánto hemos logrado.

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Kimberly Baker es coordinadora de programas y proyectos para el Secretariado de Actividades Pro-Vida de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos. Para más información sobre las actividades pro vida de los obispos, visite www.usccb. org/prolife.